Voy en un vagón del metro. Siempre encuentro gente de aspecto estandarizado ahí dentro, como gritando pertenencia. No es algo raro aquello, comprendiendo que todos buscamos agruparnos en pos de identidad, de algo que nos identifique.
Y bueno, los aspectos estandarizados pregnantes en un vagón de metro no son otros sino los que se vivencian en la ciudad.
Y bueno, los aspectos estandarizados pregnantes en un vagón de metro no son otros sino los que se vivencian en la ciudad.
Uno, el eterno oficinista con camisa a cuadros tal
cual mantel de restaurant italiano de pastas, o una variación de mantel blanco o
a rayas paralelas... El uniforme es estricto y va formando parte del imaginario de las áreas centrales de la ciudad. Y bueno, describiendo más allá, el pantalón es color caqui y un sweater en v azul marino, de una paleta de colores clásicos conocidos, nada nuevo,
siempre aparece el mismo elemento para describir.
El otro grupo podríamos llamarlos
los mixtos, que se esteriotipa en hambrienta diversidad de colores, texturas, pelos,
aretes, tatuados, medias rotas, rojos, verdes, azules, negros absolutos; saltando gruesamente a la vista del opuesto modelo de ornamento. Este grupo ,dentro de la libertad de colores y demáses estandariza de esa manera su arquetipo.
Pero sabes, una vez una niña rompió ese clásico esquema; esta vez ví ahí frente a mí, a una niña que sólo podía distinguirse como una bailarina clásica.
Esta, era una niña, debía tener
10 años o 11, no más, y permanecía parada y callada. Su postura de largos y
estilizados brazos colgaban alrededor del talle de una manera grácil y de gran
refinamiento.
La antropometría
de sus miembros conjugado a una delicada delgadez y distinguida postura en líneas
completamente estilizadas se imponían frente a una realidad existente de un
modelo biológico exaltado por grandes porcentajes de adiposidades corporales
totalmente faltos de disciplina y mesura corporal.
Sus movimientos
de gran elegancia hacían comprender la destreza motora de sus miembros, en lo que
pude reconocer una evidente aptitud. Y me preguntaba una y otra vez. Cómo es que no lo pueden ver?
La niña
le dirigió a su madre 3 palabras, palabras de poderosa raigambre en un tono que contrastaba con su distinguida condición. Estas palabras fueron las suficientes para que mi sueño e ilusión de
ver a la bailarina de grandes escenarios, cayera quebrado al piso del vagón.
Reconocí
en ella a la cultura de las masas que delegará a esta bailarina clásica
y a cualquier otra, al confinamiento de los espacios del reguetón y con
esto la cultura de los pocas oportunidades para desarrollar a niños de intrínsecos
talentos.
La niña
estaba destinada cruelmente a otras esferas de la vida. Vagaron por mi mente las formas adiposas de una alimentación de
carbohidratos tristes e inútiles.
Cuando abrieron las puertas del vagón, vi
marcharse a la bailarina clásica y fue inevitable que una lagrima rodara por mi
mejilla.
Esto es Chile , me dije.
Esto es Chile , me dije.
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