Rosalía había normalizado un hábito etílico que dulcificaba sus eternas horas de rutina en donde no existían oídos ni ojos de su marido enfrascado en otros asuntos y no para verla.
Rosalía estaba medio loca -decía la gente- pues bajaba las escaleras llevando elaborados escarmenados en su cabello y cantando canciones tristes a la andanza de su victoriano, hermoso palacete.
No hay comentarios:
Publicar un comentario