Jamás pensé en algo como lo que estoy imaginando esta noche acerca de mi
perrita Naranjita…
Un
aguacero intenso afuera en forma de temporal imparable para estos lados del
sur. El fuego de una chimenea hirviente acaricia los muros de mi pequeña
estancia y yo, lejos de apreciar el regocijo del cuadro pienso en mi dulce
Naranjita a horas de dejarnos.
Me remonto a los días en que mi perrita Naranjita era una nena feliz, vivaz,
intensa, donde siempre dejó notar su diferente forma de entregarnos su cariño. De
miembros pesados, de contextura gruesa y mas alta que los perritos de su
especie, la Naranjita saltaba y chocaba el morro contra la cara de quien quería
hacer cariño. Muchas veces nos dejaba con un dolor intenso y muchas otras con
hematomas pequeños, así era la Naranjita, intensa, con fuerza con ganas de
vivir, impetuosa, linda.
Hoy se me pasan todos esos recuerdos por mi mente y lo que hoy queda de
ella es dolor en sus patitas y una colchoneta de la cual un día decidió no
pararse más.
Con unas palabras escritas en un papel médico por nuestra entrañable
veterinaria nos hemos quedado esperando una sentencia que duele con el
transcurrir de las horas. Sin embargo, ella sigue ahí, con la rendida convicción
de no pararse en sus patitas, de cansancio, de años, de que su partida la
recibe con resignación. Esa palabra duele, porque la resignación es algo que aceptas,
pero con la cual no creces,no luchas sino que te quedas en ese lugar, y mi Naranjita se ha
quedado en ese lugar.
Muchas veces no somos conscientes del valor de estas almitas puras que nos
vienen a acompañar en nuestros caminos que sólo entregan cariño y piden cariño.
El plato de su alimento, el agua, el refugio, etc., parecen tan pequeños
para lo que van sembrando en el diario vivir, transformando nuestras vidas para
bien. Dulcificando. Alegrando. Entregando, siempre entregando.
Hasta siempre mi querida Naranjita.
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